sábado, agosto 05, 2006

Caja.

Julia me dijo que se iba justo cuando la nieve terminaba de cubrirlo todo. Le pregunté por qué. Ella sólo apoyó una caja llena de cosas sobre la cama. Había sido una caja de alfajores Jorgito, y tenía escrito mi nombre bien grande con un fibrón, que seguramente alguna vez fue mío, hasta que Julia decidió que no lo sería más. Cerró bruscamente la puerta del placard, y entonces busqué sus ojos en el espejo. Pero no estaban. La mirada de Julia se había ido, quizás, decidido tomar el tren anterior al que se subiría el resto de ella.

Y, después, sólo se fue.
Jueves 10 de abril. Me senté en el pasto. Tan seco. Hacía días que no llovía, no rocío, nada, no nada. Tenía entonces que cuidar yo de los tréboles. Julia se me acercó con un librito que entraba en la palma de una mano, se acomodó donde encontró más verde, y leyó, sin habernos dicho siquiera hola. Los tréboles estaban a salvo.

Pérdida temporal de la noción.
18 de Julio. La almohada de plumas de Julia, su amada almohada de plumas, estalló. Así también el resto de la habitación, y como resultado, marcas de todo tipo en nosotros. A ella le salieron siempre de las que se ven. Invisibles otras. Como lo fueron las plumas hasta ese día.

Lo que nunca jamás sucedió.
12 de octubre. Lunes. La busqué a Julia con fresias en la mano. 8 días después, y las flores ya marchitas, apareció. Se las regalé de todas formas.

Reducción del espacio.
4 de noviembre. Mi casa entera llena de objetos no-míos. Mi casa tomada. Mi no-casa. Y qué feliz de que así era. De que Julia y sus dos peces se mudaran conmigo. De Julia conmigo. Qué feliz de Julia, de un espejo nuevo, y de una desorientación y un nuevo orden que parecían no afectarme.

To be or not to be.
7 de enero. Una nota con forma de señalador entre las hojas de mi libro favorito: “caballero, guerrero, y poeta al mismo tiempo. Pero no”. Y una firma: “Julia”.

Pero, esa palabra.
23 de mayo. Pelos en el lavamanos. No más peces. No más aullidos de Julia cantando por los pasillos, Julia cantando en la bañera, Julia cantando, aullando, maullando. Julia. No more.

La caja negra.
La puerta, dos sillas, la ventana siempre cerrada, el que-no-se-me-escape-nada (más), el placard, un espejo. Miré de nuevo, por las dudas. La cama, la caja, la cama, la caja arriba de la cama. Tuve que abrirla, tuve que. Y entonces, un librito, tréboles marrones, algunas plumas desplumadas, flores viejas, y una nota con forma de señalador “ahora, decime, ¿quién soy?”.

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